El blockchain y las criptomonedas están revolucionando el mundo financiero, prometiendo traer innovación, transparencia, descentralización y facilidad. Sin embargo, el alto consumo de energía que implica esta tecnología representa un desafío para la crisis climática que enfrentamos. La buena noticia es que ya existen alternativas para mitigar este impacto, en un movimiento conocido como blockchain verde.
Según datos del Cambridge Bitcoin Electricity Consumption Index, el Bitcoin, la criptomoneda pionera y más popular, tiene un consumo anual estimado de 190,25 TWh. Si lo ponemos en perspectiva, este valor es ligeramente superior al consumo total de energía de Malasia en 2023.
Es precisamente por estos números impresionantes que surge el blockchain verde, con el objetivo de no dejar de lado las ventajas de esta tecnología, pero adoptando prácticas más eficientes, como el uso de energías menos contaminantes, compensación de carbono y el desarrollo de algoritmos de consenso alternativos.
Antes de profundizar en el blockchain verde, es importante responder a una pregunta: ¿cuál es la explicación detrás de la tan alta demanda energética de las blockchains tradicionales? La respuesta está en el Proof of Work (PoW), que es el mecanismo detrás de las blockchains para validar las transacciones.
El PoW funciona al poner a los mineros de criptomonedas a resolver problemas matemáticos complejos que, una vez resueltos, validan la transacción de un activo. Esto requiere el trabajo de múltiples computadoras en una red, con alta capacidad operativa, demandando enormes cantidades de energía.
Según la Administración de Información Energética de los Estados Unidos (EIA, por sus siglas en inglés), las instalaciones de criptomonedas suelen emplear entre 10,000 y 20,000 unidades mineras. Algunas de las más grandes pueden llegar a las 100,000 unidades, lo que implica que su principal gasto es en energía.
Cuando pensamos en criptomonedas, otro problema común relacionado con el medio ambiente es la generación de residuos electrónicos. Según un estudio publicado en la revista académica Resources, Conservation and Recycling en 2021, el Bitcoin generó 30,7 kilotones de desechos electrónicos, y cada transacción genera en promedio 272 g de basura.
Estas consecuencias se deben a la constante evolución tecnológica, que vuelve obsoletos los dispositivos en poco tiempo, y también a la alta performance con la que operan, lo que acorta su vida útil, que puede ser de apenas 2 años, lo que requiere un reemplazo constante.
El blockchain verde surge para pensar en soluciones más sostenibles. Para ello, se apoya en tres pilares fundamentales:
La principal medida tomada para cambiar el panorama actual es la sustitución de los mecanismos de validación de transacciones. Actualmente, la alternativa más conocida para reemplazar el PoW es el Proof of Stake (PoS).
Esta tecnología genera bloques en función de la cantidad de monedas bloqueadas en la red, seleccionando las monedas para las transacciones y consumiendo un 99,9% menos energía que el modelo PoW. Algunas de las principales criptomonedas que adoptan el PoS incluyen Ethereum 2.0 (pionero en la transición), Solana y Cardano. Sin embargo, una crítica frecuente al PoS es la desconfianza en cuanto a la seguridad de este modelo.
Otro mecanismo interesante que ha surgido es el Proof of Authority (PoA), en el que no se realiza minería de bloques, sino que las transacciones son aprobadas por validadores preseleccionados, como gobiernos y empresas. Este modelo presenta un consumo energético casi insignificante y puede ser utilizado en escenarios con validadores de alta confianza, ya que no existe descentralización, característica fundamental en criptomonedas como el Bitcoin. Aunque es una alternativa válida para casos específicos, resulta inviable para criptomonedas públicas.
Otra solución que se busca es el uso de energías renovables para alimentar la minería de criptomonedas. Un ejemplo de ello es Noruega, que utiliza un 100% de energía renovable para alimentar los procesos de PoW en su territorio, según un informe de Arcane Research. Sin embargo, es importante destacar que toda forma de generación de energía puede impactar al medio ambiente.
El tercer pilar del blockchain verde es la búsqueda de neutralizar las emisiones de carbono generadas por las criptomonedas. Un ejemplo destacado en este ámbito es Algorand, la primera blockchain carbono-negativa. Esto es posible gracias al uso del protocolo Pure Proof of Stake y a las alianzas con organizaciones como Offsetra, que invierten en proyectos de energía limpia, protección y conservación forestal, así como en iniciativas de reforestación.
Buscar avances en este área no solo es recomendable, sino imprescindible. Las criptomonedas con alto consumo energético son insostenibles en un mundo que necesita prácticas más responsables para mitigar la crisis ambiental. Sin embargo, algunas críticas apuntan a los desafíos que aún deben superarse en el camino hacia un modelo más ecológico.
Además de la desconfianza en la seguridad, el PoS también recibe críticas por fomentar la centralización de la riqueza. Esto ocurre porque, en este modelo, aquellos que poseen más tokens o activos tienen más poder en la red, concentrando en pocas manos decisiones esenciales para su funcionamiento.
Otro desafío es ajustar las demandas de las criptomonedas a las legislaciones ambientales de los gobiernos, con el fin de que ambos trabajen juntos en una solución adecuada. Un ejemplo en esta dirección viene nuevamente de Noruega, que ya tiene debates avanzados para prohibir (temporalmente) la instalación de nuevos centros basados en PoW en su territorio.
Estos puntos, por supuesto, no deben servir como argumento contra el movimiento hacia una mayor sostenibilidad. Al contrario, son temas importantes para quienes buscan fortalecer el blockchain verde y no escatiman esfuerzos para solucionarlos. La tendencia, de hecho, es que el avance en esta área sea cada vez mayor.